Es común que nos resulte más fácil identificar los problemas en los demás que en nosotros mismos. Esto se debe a que, a diferencia de los problemas ajenos, nuestros propios conflictos y comportamientos nacen de dentro de nosotros, moldeados por nuestra historia y las respuestas que hemos aprendido a dar a las situaciones de la vida. Al vernos a nosotros mismos «desde dentro,» llevamos lo que podríamos llamar “gafas subjetivas,” que tiñen nuestra percepción y dificultan la objetividad.
Quizás alguien te ha dicho alguna vez algo como: “Tienes el mismo mal humor que tu padre” o “Te pareces mucho a tu madre.” Aunque estas observaciones suelen incomodarnos, a menudo son ciertas. Desde afuera, otros pueden ver con claridad los rasgos que compartimos con nuestros padres o familiares. Es fácil ver en los demás, características que nos recuerdan a sus progenitores, y lo mismo ocurre cuando otros observan nuestras similitudes con los nuestros.
La próxima vez que alguien te haga una observación de este tipo, trata de no reaccionar a la defensiva. En lugar de enfadarte o dejar que te afecte negativamente, intenta tomar el comentario en serio. Puede ser una oportunidad para examinarte más de cerca, reflexionar y, si es necesario, trabajar en algún aspecto de tu carácter que desees mejorar.
Todos tendemos a justificar los comportamientos y defectos de nuestro “clan” o entorno familiar, a veces incluso defendiendo aquellas costumbres que sabemos que no son necesariamente saludables. Este apego a nuestras raíces es natural, pero también es esencial reconocerlo. Admite que has heredado ciertos rasgos o costumbres que quizás no te gustan y, en lugar de resignarte, considera cómo puedes transformarlos para tu propio crecimiento.
Recuerda que la verdadera transformación comienza por la autoconciencia. Solo cuando aceptamos que tenemos áreas que mejorar, podemos empezar a trabajar en ellas. Mirarnos con objetividad es un desafío, pero es el primer paso para ser una mejor versión de nosotros mismos.