El mutismo selectivo. Trastorno de ansiedad en niños.

por | Feb 27, 2025 | Acompañamiento | 0 Comentarios

El mutismo selectivo es un trastorno de ansiedad que afecta principalmente a niños, impidiéndoles hablar en ciertas situaciones sociales, como en la escuela o en reuniones familiares, aunque pueden hablar con normalidad en otros contextos, como en casa o con personas con quienes tienen mucha confianza. Esta incapacidad para hablar no es una elección consciente ni un capricho, sino una reacción involuntaria frente a una ansiedad extrema que sienten en situaciones específicas. Los síntomas suelen aparecer entre los 3 y 4 años de edad, y se estima que afecta entre el 0.1% y el 0.7% de la población infantil, siendo algo más común en niñas que en niños.

Para identificar el mutismo selectivo, es importante observar si el niño no puede hablar en situaciones donde se espera que lo haga (como en la escuela o en actividades extracurriculares), aunque hable fluidamente en otras circunstancias. Este problema debe causar un impacto significativo en su vida social, escolar o familiar y los síntomas deben persistir por un período de al menos un mes. Es crucial distinguir el mutismo selectivo de otros factores, como la falta de familiaridad con el idioma o condiciones diferentes, como el autismo o la timidez extrema.

A diferencia de la timidez, que suele superarse a medida que el niño se siente más cómodo en el entorno, el mutismo selectivo persiste y tiende a empeorar sin tratamiento. Los niños con mutismo selectivo pueden presentar signos de ansiedad, como sudoración, rigidez corporal o evitación de contacto visual cuando se les habla en situaciones que les generan incomodidad. Este trastorno también puede estar relacionado con otras condiciones, como el trastorno de ansiedad social y el trastorno de ansiedad generalizada.

Superar el mutismo selectivo puede ser un desafío, pero existen diversas estrategias terapéuticas que pueden ayudar. El primer paso es identificar en qué momentos y lugares el niño experimenta mayor dificultad para hablar, ya que esta información permite orientar el tratamiento hacia esas situaciones específicas. Por ejemplo, un niño puede sentirse capaz de hablar con otros niños, pero bloqueado al dirigirse a adultos, o puede comunicarse bien en casa, pero permanecer en silencio en el entorno escolar.

Atención a los estímulos gradual. Esta técnica consiste en permitir que el niño primero interactúe con una persona en la que confíe y, de manera gradual, incluir a otras personas en la conversación. Por ejemplo, si el niño se siente seguro con un familiar, la terapia puede empezar con interacciones que involucren al terapeuta y, poco a poco, a otros compañeros o adultos de su entorno. Esta técnica reduce la ansiedad progresivamente, permitiendo que el niño amplíe su círculo de interacción con seguridad.

Desensibilización sistemática. Esta estrategia comienza con la visualización de la situación temida y avanza gradualmente hacia interacciones más directas. Inicialmente, el niño puede imaginarse en el contexto en el que no puede hablar y luego pasar a formas indirectas de comunicación, como escribir mensajes, enviar correos electrónicos o usar aplicaciones de mensajería. Conforme el niño se siente más cómodo, se realizan interacciones de mayor proximidad, como hablar por teléfono, hasta que pueda enfrentarse a la situación en persona.

Práctica de alternativas de comunicación. Se puede alentar al niño a usar otros medios de comunicación cuando se sienta incapaz de hablar, como señalar, levantar la mano o escribir. Con el tiempo, se le anima a iniciar el uso de palabras en voz baja y a aumentar progresivamente el volumen, conforme se sienta más cómodo.

Reforzamiento positivo. Es fundamental que el niño reciba reconocimiento o pequeñas recompensas cuando logra hablar en situaciones que le generan ansiedad. Este refuerzo positivo motiva al niño a continuar intentándolo y a enfrentar situaciones sociales con menos miedo. Las recompensas deben ser simples y graduales, de modo que el niño no se sienta presionado a hablar, sino apoyado en sus avances.

Reestructuración cognitiva. Los niños y adolescentes con mutismo selectivo suelen tener pensamientos automáticos negativos, como «No puedo hablar» o «Se reirán de mí si digo algo». Ayudarles a cambiar estos pensamientos por otros más positivos y realistas, como «Voy a intentarlo» o «Cada día hablo un poco más», puede ser de gran ayuda para reducir la ansiedad y el miedo al rechazo.

Si las estrategias mencionadas no son suficientes, es posible que el niño necesite apoyo de un profesional de la salud mental, como un psicólogo especializado en trastornos de ansiedad en niños.

El mutismo selectivo puede ser una condición desafiante para el niño y su familia, pero con paciencia, apoyo y las estrategias adecuadas, es posible que el niño aprenda a enfrentarse a las situaciones que le generan ansiedad y mejore en sus habilidades de comunicación. Es fundamental que la familia y la escuela colaboren en el tratamiento, proporcionando un ambiente seguro y comprensivo que permita al niño practicar el habla sin sentirse juzgado o presionado. La intervención temprana es clave, ya que cuanto más tiempo pase sin tratamiento, mayor será la probabilidad de que el mutismo selectivo se vuelva un patrón de comportamiento más difícil de modificar en la adolescencia o la adultez.

En los casos graves, buscar ayuda profesional es esencial, y puede ser necesario un enfoque multidisciplinario que combine terapia conductual y intervención escolar. El apoyo emocional y la construcción de una autoestima saludable son igualmente importantes, especialmente en adolescentes y adultos jóvenes, que pueden enfrentar mayores dificultades si el mutismo selectivo no se aborda adecuadamente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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