Robert A Neimeyer propone diez pasos prácticos para afrontar una pérdida. Aquí están, y después os comparto cómo lo he aplicado a una situación real de mi vida.
1.Reconoce las pequeñas pérdidas.
Dale importancia a cosas como la mudanza de un amigo o dejar una casa querida. Son oportunidades para aprender a manejar pérdidas mayores. Incluso la muerte de una mascota puede ser una lección valiosa para enseñar a los niños sobre la muerte.
2.Date tiempo para sentir.
Aunque estés ocupado, busca momentos tranquilos para reflexionar y sentir tus emociones. Escribir lo que piensas y sientes puede ayudarte a entender mejor lo que estás pasando.
3.Maneja el estrés de forma sana.
Encuentra actividades que te relajen, como hacer ejercicio o practicar meditación.
4.Dale un significado a la pérdida.
No evites pensar en lo que pasó. Reflexionar sobre ello te ayuda a darle sentido y a verlo con mayor claridad.
5.Busca apoyo en alguien.
Habla con personas en las que confíes. Compartir tu carga con alguien que te escuche sin juzgar puede aliviarte. Acepta la ayuda de otros, sabiendo que también tendrás la oportunidad de apoyar a alguien en el futuro.
6.Respeta los procesos de otros.
Cada persona enfrenta el dolor de forma distinta y a su propio ritmo. No intentes que sigan tu manera de sobrellevar la pérdida.
7.Crea tus propios rituales.
Si un funeral o acto no te ayudó, organiza algo que tenga significado para ti. Encuentra formas especiales y personales de honrar la pérdida.
8.Acepta el cambio.
Las pérdidas nos transforman. Busca crecer con la experiencia, aunque sea doloroso, y valora tanto lo que aprendiste como lo que perdiste.
9.Encuentra algo positivo.
Una pérdida puede ayudarte a replantearte lo que es importante en tu vida. Usa lo que aprendiste para ayudar a otros o iniciar nuevos proyectos.
10.Refuerza tus creencias.
Usa la pérdida como una oportunidad para reflexionar sobre tus creencias espirituales o filosóficas, y busca una conexión más profunda con ellas.
Desde mi vida real:
He reflexionado profundamente sobre la pérdida de mi madre, aunque ella aún vive. El abandono como niña y su decisión de no tener contacto conmigo me ha llevado a aceptar la ausencia de algo que, por naturaleza, cada niño cree que tiene, una madre presente. Este proceso de aceptación, comenzó incluso antes de que lo entendiera por completo y ha durado desde mis 14 años hasta los 28, un tiempo en el que trabajé conscientemente para aceptar esta realidad.
Aunque en su momento no conocía los diez pasos de Neimeyer, puedo ver cómo se reflejan en mi experiencia:
1. Tomarse en serio las pequeñas pérdidas
Siempre fui muy sensible respecto a cómo los demás trataban mis cosas, a mí como persona y a lo que pensaban de mis amigos. Por un tiempo, sentí cada pequeña
pérdida como algo enorme. Mis emociones eran desproporcionadas, luchaba contra las pérdidas como si pelearme con ellas pudiera revertirlas. Solo con los años aprendí a actuar diferente y a no depender de cómo otros reaccionaban hacia mí. Esto fue clave para aceptar que algunas cosas, por dolorosas que sean, simplemente no están bajo nuestro control.
2. Tomarse tiempo para sentir
Desde joven, siempre me he permitido sentir. Escribía diarios, me aislaba, pasaba tiempo en la naturaleza o me perdía en el hipnótico fuego de la chimenea. Además, solía imaginarme múltiples escenarios dolorosos, anticipando el sufrimiento. Aunque entonces parecía algo negativo, ahora reconozco que estas fantasías me prepararon para enfrentar situaciones reales. Con el tiempo, entendí que la realidad es a menudo menos cruel que lo que nuestra mente imagina.
3. Encontrar formas sanas de descargar el estrés
El proceso de aceptar esta pérdida estuvo lleno de momentos de enojo, negación e incomprensión antes de alcanzar la aceptación. Al principio, mis maneras de liberar estrés eran destructivas, afectando a quienes no tenían nada que ver con mi dolor. Más tarde, durante mi etapa como universitaria, encontré la libertad y la independencia para explorar formas más saludables, como el Okido Yoga, que me ayudaron a equilibrar mis emociones.
4. Dar sentido a la pérdida
Al principio, cualquier pérdida parece absurda e inútil. Sin embargo, aprendí que las pérdidas moldean quiénes somos, nos abren puertas y nos ayudan a conocernos mejor. En mi caso, este proceso me ha dado una perspectiva más amplia de mí misma y de lo que valoro.
5. Confiar en alguien
Aceptar que mi madre no estaba dispuesta a tenerme en su vida fue difícil, especialmente porque no podía confiar en nadie de mi familia. Sentía que mis propias acciones contribuían al distanciamiento, y eso añadía una carga de culpa. En mi juventud, encontré apoyo en amigas, pero siendo también jóvenes, no podían ofrecer la estabilidad emocional que necesitaba en ese momento.
6. Dejar a un lado la necesidad de controlar a los demás
Siempre he respetado que cada persona procesa sus pérdidas a su manera. Sin embargo, tenía una tendencia a buscar excesivamente la atención de otros en mi proceso, intentando que se preocuparan por mí más de lo necesario. Reconocer esto me ayudó a crecer y a manejar mis emociones de forma más independiente.
7. Ritualizar la pérdida de un modo que tenga sentido para nosotros
No soy una persona de rituales tradicionales. Para mí, vivir con consciencia y buena intención cada día es el mejor ritual. También encuentro significado en los ciclos de la naturaleza, como las estaciones, que me recuerdan que la vida es un constante renacer, florecer, retirarse y descansar.
8. No resistirse al cambio
Aceptar el cambio puede ser muy duro, especialmente para un niño o un joven que depende emocionalmente de los demás. Aunque suena cruel, aprendí con el tiempo que resistirme al cambio solo prolongaba el dolor.
9. Cosechar el fruto de la pérdida
A pesar del sufrimiento, esta pérdida a una edad temprana me ha dado mucho. Creo que la relación tan cercana y positiva que tengo con mis hijas y con niños y jóvenes en general surge de mi propia experiencia de carencia. Lo que no recibí en mi vida me ha enseñado a darlo con generosidad.
10. Centrarse en las propias creencias.
No soy una persona religiosa, pero creo en la bondad de una vida vivida en armonía con la naturaleza. Esto me da una base sólida para encontrar paz y propósito incluso en medio de la pérdida.
